Gema de la Cruz- Coach

miércoles, 6 de abril de 2016

"Las mañanitas de Abril son muy dulces de dormir"
Ginesa Valera, mi madre
Esta es para mí, probablemente la entrada más emotiva de las que haga en este blog. La escribo con los ojos llenos de lágrimas y el corazón de dolor. La escribo a modo de homenaje a mi madre, que falleció el viernes 1 de abril y que ayer hubiera cumplido 77 años.
Ese refrán con el que encabezo el texto nos lo decía mi madre siempre en primavera, y ella eligió el primer día del mes de Abril para dormir y descansar de las terribles consecuencias que trae consigo la enfermedad de Alhzeimer que padecía desde hace 5 años.
Cuando llega la enfermedad todo es confuso muy agitado y te llenas de rabia e impotencia. Hoy después de 5 años de aprendizajes quiero compartir con vosotros no lo que me enseñó el Alhzeimer, sino lo que me enseñó mi madre en sus últimos años de vida.
He aprendido que existe dentro de cada uno de nosotros una paciencia infinita que desconoces hasta que desarrollas.
He aprendido que es difícil vivir sin atesorar los buenos recuerdos de tu vida y que  es más fácil vivir desechando malos recuerdos y rencores y empezando de nuevo cada día como una nueva oportunidad de reaprender cada cosa que ya creías saber.
He aprendido a dejarme ayudar y a confiar en otras personas. Llegado el momento mi hermana y yo, que fuimos educadas en la creencia de que las hijas han de cuidar de sus padres hasta el final, delegamos los cuidados de mi madre en personas que la han cuidado excediendo la profesionalidad y llenando su labor de humanidad.
He aprendido que nuestros pensamientos pueden estar ausentes pero nuestras emociones no se desprenden de nosotros hasta el último suspiro y que nuestra identidad no queda anulada por ninguna enfermedad por devastadora que ésta sea. A mi madre le seguían gustando las mismas cosas que le han gustado siempre y también te comunicaba a su nueva manera de comunicar lo que le desagradaba.
He aprendido a desapegarme de cosas y hasta de personas. He comprendido que ni todo, ni todos permanecen en nuestra vida para siempre, simplemente nos acompañan una etapa  y luego siguen su camino.
Pero sobre todo he aprendido que la grandeza de mi madre, no residía en su belleza, ni en la profundidad de su mirada azul sino en su gran fortaleza y en la capacidad que ha tenido para encontrar la felicidad en cada una de las fases de la enfermedad, que ha seguido haciendo amigas y siendo una persona muy especial hasta el final.
Que no le han hecho falta recuerdos para no olvidarse en ningún momento de quien era.
Gracias mamá, te quiero.